Desaparecido en el mundo. En la última frontera. Allí dónde deseabas estar.
Tú, una sola compañía y naturaleza. Montañas, nieve, glaciares y fauna. Una
sensación de paz e inmensidad irrepetible. Las aguas de un río empiezan a
abrirse paso entre el hielo acumulado de un largo invierno frío. Un grupo de
jóvenes lo contempla mientras se intentan calentar las manos con una pequeña
hoguera. Llueve finamente pero es una delicia dejar penetrar ese aire frío en tu
cuerpo.
Una pequeña taberna se llena de conversaciones sobre la vida y el tiempo.
Regadas con cerveza y sopa caliente. Sonrisas y algún que otro lamento. Pero se
espantan los malos augurios con un brindis y una mirada de complicidad. Son
casi las doce de la noche pero la luna se resiste a visitarnos. Es muy tímida y
no tiene ganas de jugar. Ella prefiere dormir en verano.
Una carretera cubierta de nieve nos adentra en las entrañas del fin del
mundo. Las montañas cargadas de ese polvo blanco nos saludan. Quieren que
estemos allí y al final se muestran con todo su esplendor. Completamente
desnudas. Sin ninguna sábana de nubes. Gracias. Emoción y felicidad. Unos
sentimientos que no quiero que se marchen de mi interior. Y más aún al poder
contemplar esas tundras. Kilómetros blancos de nada pero que conforman el
paisaje más bello que existe para los sentidos. Y doy gracias por estar solos.
Es nuestro momento para saborearlo y guardarlo con candado en nuestra retina y
memoria. Pero de repente nuestra compañía se ve interrumpida. Nos olvidamos que
no estábamos solos. Rodeados de los habitantes de este paraje. Los animales.
Ciervos, alces y otros pequeños nos hacen un guiño y nos invitan a sus casas
siempre y cuando les respetamos. Lástima que ese día el jefe de todos aún
parece que duerme. Es un poco perezoso el oso.
Que placer poder caminar por el manto blanco y sentir cómo el frío te
acaricia el rostro. Tú ríes, ella te abraza. Y todo se paraliza. Felicidad
dicen que se llama.
A nuestro paso nos encontramos pequeños pueblos que empiezan a despertarse
con el fin del invierno con la compañía de los rayos del sol. La gente nos
saluda y muestran su simpatía. Los otros habitantes del lugar. Un placer hablar
con ellos mientras sostienes una taza de café caliente. Porque sus historias te
dejan, una vez más, helado. No quiero ni imaginar cómo es vivir repetidos
inviernos ahí fuera, en una casa de madera, sin electricidad ni agua y con la
sola compañía de tu perro. Mis respetos y mi admiración.
Un contraste con el ritmo de la ciudad. No nos queremos ni parar. Queremos
descubrir más el lado salvaje y natural. Y así llegamos a un precioso pueblo
que nos regala una de las postales con más contraste y belleza. Imaginaros el Océano
rodeado por gigantes montañosos con nieve en sus cumbres. Horas contemplándolo
sentados en una playa. ¿Lo véis?
El último regalo emerge entre las aguas heladas del Pacífico. Dicen que son
ballenas asesinas. A mi me parecen los animales más hermosos que he visto
jamás. Un grupo de Orcas nos acompaña en nuestro viaje mientras delante de nuestros
ojos un glaciar se va resquebrajando lentamente...